jueves, 4 de junio de 2009

LEO


Leo me mira. Es un buen nombre para un niño, para una foto, para una imagen. Yo, que parece que he nacido muerto/ fumo aire viejo de poso rosa/ imaginando auroras regadas de abismo./ Un blanco y negro/ un todojunto tan sereno/ que doy miedo a los niños. A la mierda mi verso. Leo se intriga con el movimiento de los belfos de mi nariz. Quiere tocarlos, seguramente piensa que es un teletubbie rojo, le entran ganas de cogerla, moderla, hincarme el diente que le ha salido. Yo no puedo devolverle la mirada y me concentro en no tirar el papillaje. Ahora los dos somos presa de la fotografía, enjaulados para siempre en lo virtual. Sus ojos tienen la angustia del mamá quién es éste y por qué papá no dice nada. Mi cara tiene la ironía del hambre y del si yo te contara. Más madera le dije al otro. Y así, puesto a hacerme la paja, pienso que el cuaje virtual de ese momento, representa toda la mili que nos queda. Los nombres son la rúbrica paternal a la vanidad biológica. La guardia civil necesita nombres, no le basta con el hijo del gordo, el chino y por el estilo. Jonás, puestos a hacer retórica, tiene su aquel bíblico también. Más miga, osea más migaja. También hay un algo de ternura.

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