viernes, 26 de junio de 2009

VER Y MIRAR

Más importante que ver es saber mirar. Claro. Lo del ojo porque te ve no es nuevo. Hay veces que la chispa surge y el ojo dice que no sabemos nada, que quemaríamos el mar por un gesto, una palabra. El ojo, por extraño que sea, te dice que su sexo está apagado, como su vida, como su sueño. Nadie sabe de donde sale ese brillo intuitivo, inocente, cargado. Las cinturas se estrechan en huesos que no existen, en la ondulación permanente del orgasmo líquido del mar. Suele rematarse con una sonrisa o una arcada. La carga erótica sale de una arruga leve (el pelo es opcional, el mensaje seguro) y por un momento nadie sabe más allá de su sexo, e incluso esto es una duda y un no sé qué. Porque ver es una rutina televisada. Miedo, horario, hormiga. Saber mirar es importante en un mundo de ciegos y la ceguera es importante para saber mirar. Es el huevo de la gallina transparente. Es un juego de escapismo en un mundo de músculos, cosmética, facebook. La percepción alterada engendra la quinta del sordo, como una enorme flor del mal, como un pétalo negro donde el romanticismo se hace posible en el filo de una lágrima. Hay que saber mirar el engendro de las salivas que supura el ojo, el llanto interrumpido de los párpados vibrantes, la agonía silenciosa de un te quise y aún lo sabes. La gafa de sol es un invento de borrachos arrepentidos, dolores camuflados; cosa de cobardes. Un negocio de confesionario y penitencia. El ojo, por mucho enjuague que le hagamos, tiene su verdad, es un resorte virgen, que sale, como todo lo furtivo, cuando menos te lo esperas. Mañana, tarde, noche, pero siempre de madrugada.

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