sábado, 17 de octubre de 2009

CARREFUL SUNDAY III

Quieres huir, abandonar el carro y salir corriendo pero la muchedumbre impide dar una zancada fuera de órbita. Tu cabeza no para de decir vámonos y tu arrastras la compra con desgana. Te vuelves a poner la sudadera por los sucesivos escalofríos que provoca la sección de congelados e inmediatamente te arrepientes al pasar por el horno del pasillo de Repostería. Sin embargo, tus manos por debajo de las mangas te obligan a aguantar la última gota de sudor que resbala por tu espalda sabiendo que culminará en gripe. Por nada del mundo soportarías otro calambrazo del carrito. Tus ojos encierran una lágrima tensa y te reconoces en las miserables caras de los hombres que te preceden y en la ansiosa felicidad de las mujeres. Te reconforta saber que tu humillación es compartida aunque nadie eleva una palabra, no notas un mal gesto. Mides, calculas, oteas las compras de todos los carros que te preceden para acudir a la caja que menos contenga. Sabes que es inútil pues todo se conjura en tu contra. La caja se estropea, la maruja no encuentra el monedero, la cajera se queda sin cambio, suena la alarma, no funciona el datáfono, el cliente no tiene dinero..., las circunstancias por las que tu cola no anda son múltiples y a tí te despachan con un buenas tardes en efectivo o con tarjeta. El aparcamiento cubierto estaba completo y todo el agua del mundo está esperando a que salgas para descargar sobre tí en un aparente día soleado. Cuando estás acabando de meter las bolsas en el coche escampa. En estado catatónico acudes a dejar el ca-rri-to pero ahora no sale la moneda. Tu amor propio se desvanece, golpeas el cajetín y el guarda de seguridad te mira echando mano a la porra. Cuando va a comenzar a andar hacia a tí, un último movimiento de mano sobre el carro hace que la moneda caiga suavemente y comience un lento viaje hacia la alcantarilla. Tan suave y tan lento que eres capaz de seguir impertérrito todo el recorrido que le conduce inexorablemente a la alcantarilla más cercana. Cuando entras en el coche tu pareja te pregunta que por qué has tardado tanto y tú no respondes y arrancas el coche. El trayecto es la culminación de la derrota, no quieres poner el casette porque piensas que se tragará el disco y tu mente damnificada sólo piensa en negativo. Acojonado por el miedo a pinchar una rueda llegas a casa justo a tiempo para que todo el vecindario se pregunte lo raro que es el vecino por ponerse a descargar la compra con la que está cayendo. FIN.

2 comentarios:

Julián Simpetas dijo...

Ostia tío! qué angustia has reflejado fielmente uno de los mayores sacrificios a los que me he sometido en nombre del "amor". Por favor no sigas en esa línea o te cargarás a los clientes, a los tuyos me refiero no a los del Carrefull.

Anónimo dijo...

De masoquistas está el mundo lleno. Gracias por tus ánimos. Eljónas