martes, 6 de octubre de 2009

EL DEBERÍA

Se acabaron las preguntas. El sueño fulminado ante la retórica del despetador. El garfio clavado donde suele. La rutina nace en otoño por eso mueren las hojas. Las sábanas se arrugan más de la cuenta y los ojos de los hombres (mujeres incluidas) se entristecen por sentir la partida de otro verano y miran de reojo a sus hijos intentando reconfortarse. Ahora la depresión no tiene importancia. La soga colgando parece un chiste que no hace gracia por sabido. Marruecos ya no es más que una foto del sitio que nunca estuve. Fernando (el único nombre que es gerundio) me ha mandado una postal de Aveiro y le pasa lo mismo. Nunca estuvo allí. Fernando es un gilipollas al que se le quiere por lo que dice, por lo que calla y por lo que escribe. Y hasta por todo lo contrario. Fernando es una mujer a la que se quiere aunque no se la entienda que es como se quiere a las mujeres. Fernando se llama Fernando María y eso dice. Cualquier día me presento en su Granada a joderle el horario. Para algo están los amigos. F.M. es el reverso del calcetín que se pierde en la lavadora. Vive en el limbo de los muertos que se ríen de la vida. Es un polvo enamorado que no sabe si tendrá sentido y yo qué coño sé. Fernando es un bocata de salami. Así las cosas, se vuelve al libro, al cumpleaños y al trabajo. Lo de siempre que es lo de nunca y lo de nadie. Todo lo fatal del debería.

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