viernes, 21 de mayo de 2010

LA CENIZA

Vuelvo a las miserias literarias contemplando como se mueren los escritores, dejando libros arrinconados en cuartos que son cuartetos, en silencios como sonetos y cesuras por el filo. Dejar letra impresa es como dejar las cenizas en la urna sobre una estantería esperando que llegue algún nieto con la mudanza o el polvo se ponga molesto. Las letras son ceniza, los cuerpos son ceniza y la vida misma un cenicero. Ya sé. Pero la ceniza misma es incomprensible, más incombustible aún, si nadie viene a cambiarnos la capa. La ceniza es menos despojo sin la misericordia de un plumero que te diga ya no sirves. Es casi una brisa, algo menos que un eco.

Se ha muerto un lector sin el boato de los escritores, con el silencio con que se muere la masa, con la normalidad de las aseguradoras funerarias. Se ha muerto como se muere un coche. Toneladas de tiempo sin presencia. Toneladas de intimidad, toneladas de libros quemadas por el ojo ceniciento. Pavesas de años y tiempo multiplicados por el tiempo de escritores multiplicados por el tiempo retratado. Tiempo de tiempo humillado por el suspiro de un segundo espirante. Toda la inmensidad de la vida resumida en un lector.

El lector como metáfora: cosmogonía de la ceniza.

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