viernes, 28 de mayo de 2010

LA COSA

El complaciente estado de mi televisor unido al de mi complaciente estado depresivo me invitan más que nunca ha dejar el puesto de trabajo, emborracharme, fumarme todos los porros, llegar tarde a los sitios, pasear por los caminos más polvorientos, viajar sin lastre. El apático estado en qué ha derivado mi crítica neuronal le resta romaticismo a los cuentos que nos contamos para no dormirnos en esta vida de pesadilla. Sigo quieto, mirando como crece mi barba, un pelo duro lleno de remolinos que de tanto sudar sin salir de casa va generando pequeñas pústulas. Como un espectador asisto al declinar de mi organismo cariado, astigmático, lípido. A ver qué hacemos con la vida que queda porque la risa sólo viene cuando da por tocarme el duodeno.

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