jueves, 18 de noviembre de 2010

LA FOTO


(Autorretrato a los 31)

Al levantar la vista me he visto y me visto mal y ando mal de vista y aunque sin gafas el gafe lo llevo puesto y apesta como una mala tarde sin sol, me veo. Hay en la mirada de este tipo, sin sujeto ni predicado, como un chiste introspectivo a punto de reír. Hay algo de reojo en sus ojos dióptricos y marigüanos, y unos hombros reumáticos, una barba con desdén y un pelo hirsuto, recuerdo de melenas alcohólicas. Los ojos semicerrados como queriendo indagar en sí mismo a través de lecturas lejanas que leer achicando el enfoque. Tras la tapa del pecho se adivina un ansia de relojes parecida a las esponjas que regalan con las enciclopedias y coágulos de odio enquistados y otras cosas raras entre sus interioridades. Se le intuye un agujero en el ombligo, como una herida sostenida por unas manos que no se ven y que le sangran cuando escribe porque los libros cortan y no sólo los carniceros piden la baja por depresión. Su piel es sonámbula, hepática y tiene algo de pana comprada en Almacenes Bibliotecario. Su ropa es un decorado de cartón pena descatalogado. Y en toda la foto un aroma a otoño quemado en lumbres que recuerdan humos de otros tiempos y a hormigón de extrarradio, barro, atasco y su parque en tetra-brick. A veces surge una atmósfera de raíces caducas entre nieblas horzizontales. Es el busto de un enamorado atemporal, la estampa clásica del romanticismo, con su toque de muerte.

No hay comentarios: