jueves, 2 de diciembre de 2010

LAS CEBOLLAS

Toda en ella se revuelve hacia sí como un erizal de conducta que juega al intercambio. Pero yo ya no soy yo ni mi casa es ya mi casa, nací muerto, etc. Voy a lo mío de lo nuestro. Que su parte sea. El oxígeno se alimenta de las bacterias por eso yo no escucho el ruido de unos tejidos caducos que mueve el corporativismo del pijama. Me cuelo por el agujero del silencio en que anido y desemboco de nuevo al alfabeto. Otra vez a esperar a que se enfríe la sopa. Y entre la almohada ridícula del más siempre, una absurdidad de tiempo descolocado siguiendo el segundero del adelante. Las pipas se acaban, el Barça gana 5-0 y Sara Carbonero se ha puesto tetas, aunque no se note. El ojo se ha vuelto para mirar a su hijo antes de que se haga mayor pero todo muere por mucho que suban el alquiler de los contratos. Y luego jugar a la nostalgia para borrar el futuro de tardes lluviosas en paseos sin manos ni hombros. Sólo un rosario de pasos perdidos que se encuentran en el camino que ya no es camino porque todo es carretera y hasta, oh progreso, autovía. Y en esta autovía de cebollas, alguien vendrá, sabedlo, a conjurarse en la lágrima de los que nos quisimos iguales.

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