miércoles, 16 de febrero de 2011

EL RESIDUO

Aflora la efervescencia, como una medicina inevitable. Sobre la superficie hay un paisaje grumoso. Terrones de miradas, ojos dislocados por las cafeteras, la leche cortada de las mañanas, conformando el paisaje de la tregua, de la paz y de la nada. El refugio es una tibieza que no se parece al calor. Es un reducto donde no llega el viento del cinismo, donde no acuden los señalados. Es el cuarto de los espejos. Cuando los hombros no gimen se comprueba que el texto es el huerto de los reumáticos. En los momentos de los relojes en punto, las hojas tienden a abrirse como un sol musical que los reclama. Las flores no hablan, son una escucha silenciosa que se marchita y germina en el caprichoso aire de los momentos. Y así, cuando lo inexplicable conforma su lenguaje, cuando la poesía determina los cuándos y los cómos, el porqué pierde su importancia y las madres lo tachan en las lista de la compra. Y mi tendencia a la mirada perdida sobre paredes blancas, y mi paseo mecánico hacia las sillas. Y mi angustioso silencio que nadie escucha, y mi perdido entusiasmo, y el asco que siento cuando recuerdo la sangre. Y esta desidia inconsolable del "mi" en todo lo que escribo.

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