miércoles, 27 de julio de 2011

EL DESAYUNO

Entonces ella quiso ver un ojo en el vaso de leche, siguió untando mantequilla en las tostadas, mordía el pan con la normalidad de las mañanas. Encendió el televisor para no escucharse. El ojo, dentro del vaso de leche, le miraba mientras la absurda marea láctea le dejaba un resquicio de iris descubierto. El cuchillo resbaló demasiado y cortó aparatosamente una vena por la que comenzó a manar sangre en breves espasmos sistólicos. El ojo, apoyándose en lo que le quedaba de córnea, dio un breve saltito para liberarse de su láctica piscina y se introdujo como un gusano por el roto venéreo. Ella no podía entender aquella pesadilla. Apenas había bebido una cerveza el día anterior, por qué ese delirio tremendo. Comenzó a sentir el ojo reptando por dentro de sus venas, y su ojo a ver la visión apretada y dolorosa de ese ojo reptante. Sus ojos veían niños de vientres búdicos y cabezas abultadas en forma de alubia desproporcionada. El ojo veía ojos salientes entre la maraña rojiza de la sangre. Ella sintió arcadas. Casi no podía sentir la dulzura del paladar que le había dejado aquel desayuno. De súbito, el ojo se precipitó por una grieta lo que le hizo sentir vértigo. Quizá haya entrado al esófago –se tocaba la zona para palparse el ojo- quizá haya entrado en los intestinos. Ella se iba sintiendo abrumadoramente desconcertada. No era capaz de ver por sus ojos y aquel ojo parecía que se había instalado allí, para quedarse, caprichosamente, durante el desayuno.

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