viernes, 8 de julio de 2011

EL NIÑO

 

El niño es la poesía, lo desconocido, lo inquietante. En el niño se concreta la tragedia del tiempo con la carne tibia, diminuta y frágil de las cosas sin lenguaje. El niño es sorpresa, una metáfora de dientes perdidos. Muerto el niño, el niño es lo que importa. El niño tiene la fuerza del ojo y el llanto puro. Rezuma instinto, egoísmo, quebranto. El niño es el chantaje del cariño. Es la deuda de la vida, es el barrote, la muerte proyectada anticipadamente. El niño es una presencia en la sangre, un quemor de tactos, el trepar de la carne por los oídos. El niño es la bomba del vómito agradable. Enseña sin saber mostrando las uñas a las despedidas, el mal concentrado de la distancia. El niño siempre es mi niño, es la solidaridad del dolor limitado. El niño gusta por involuntario. La niñez es lo anterior, el tiempo de la poesía en el hombre, el antilenguaje. Es la importancia del gesto, la súbita alegría de un gusanito, la sugestión del sonido. En el niño todo se apunta y nada se concreta. Es un océano lírico de sugerencias. El niño es un muerto recién nacido, el eslabón perdido de Emilio Botín. El niño es un lastre maravilloso con que las mujeres sacian la biología y los padres la cerveza. Es una ñ enorme, la dosis propia del ridículo, lo insoportable de los demás. El niño alcanza el horizonte. El niño es lo que queda en los adultos. El niño es su chupete.

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