viernes, 22 de julio de 2011

LA DOROTEA

A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.

No sé qué tiene el aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mí mismo,
no puedo venir más lejos.

Ni estoy bien ni mal conmigo;
mas dice mi entendimiento
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.

Entiendo lo que me basta,
y solamente no entiendo
cómo se sufre a sí mismo
un ignorante soberbio.

De cuantas cosas me cansan,
fácilmente me defiendo;
pero no puedo guardarme
de los peligros de un necio.

Él dirá que yo lo soy,
pero con falso argumento;
que humildad y necedad
no caben en un sujeto.

La diferencia conozco,
porque en él y en mí contemplo
su locura en su arrogancia,
mi humildad en mi desprecio.

Con esta envidia que digo,
y lo que paso en silencio,
a mis soledades voy,
de mis soledades vengo.

(fragmento de “La Dorotea”. Lope de Vega)


Me dice ella –tapándome sutil, pero rápidamente la boca- que no diga eso que me estoy, que me voy a hacer daño aquí –y toca con su dedo mis sienes, muy a lo madre, muy a lo cariño. Pero –y es a lo que iba entonces- uno necesita cosas para sentirse algo, para qué decir alguien. Uno necesita del jirón, como otros necesitan de la angustia, como los hay –vidit -que necesitan del dobladillo rosa made in cien euros. Cada uno es su propio don quijote, por qué empeñarse en ser el cura, el barbero y hasta la mujer de Sancho si tenemos la armadura del litio navegando por las venas. Rocinante es la famélica neurona. Nuestras vidas un horario mal pagado como un pollino glotón que sanchifica nuestras quijotadas. Hay que enriquecer la hora del bocadillo, llenar de contenido el humo del cigarro –en todos los trabajos se fuma- comernos el chuletón del descanso. Asesinar las mañanas cerrando las ventanas, cerrar los ojos al espejo, vestirse a tientas, mirar a ciegas, hablar por dentro, ja. Mediceellaque, lo de su mano ya lo escribí. Escribí lo de sus manos. Por eso lo de humillarme a su dictado, al hilo conductor de sus pestañosos dedos. Al más allá de mi aquí -aún se ruboriza al verme- mi yelmo de mambrino.

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