miércoles, 3 de agosto de 2011

EL AMARILLO


Para Abel, Alfrel, Julián y Pablo, que me enseñaron a beber whisky del desierto, Marlboro con coca-cola y buscar la máquina del ron por las playas de Barbate.

Descubrir que el amarillo brota en cascadas, que la frescura es una ele rural que nunca le negará un beso -sólo por eso- al pequeño Alfrel, y luego, cuando se oscurezcan los gestos, cuando el verde etéreo de las noches risadas, al comenzar el sonido de las miradas cómplices y jugar al juego de las gomas musicales, suavizar el aire para sentir el aliento, beber canañescas lágrimas de alcohol cuajados por gramos de arena. Ignorar el sexo del lenguaje, transmitir la alegría de la palabra juntos, revueltos, allegados. ¿Existe alguien que no sepa nadar el agua de las playas silenciosas, acaso no entendéis que existe el momento latente de los bigotes, cómo explicaros que la vida pende del hilo de una tanga? Cómo sentir, -agus, sentir se siente o no hay mar- que la ventana es un recreo si lo pides con cariño, que los recreos los absorbe el agujero negro de los pezones del mundo y acabar la desnudez por los micrófonos del agua. Saber que la amistad no es una técnica -es un Técnico-, que se puede brindar con las gafas de sol por el camino de las muchas tardes. Y escribir, como un agradecimiento bien nacido, que se pasa de los niños, de las tragedias de las cortinas, del cubalibre sin hielo y sin cocacola porque en Somalia se bebe Whisky del desierto.

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