viernes, 4 de noviembre de 2011

LA HIERBA

Caída la lluvia, el sol, la noche y todo lo mismo soplado por el viento, las arañas hacen su vida. Y una cadera marcada, rubia, con su barbita líquida, jugaba a los gritos del rescate. La vida se entiende mejor en los cuartos de baño. Lo que no es miedo es pena, dijo Ella. Las nubes igualmente informes. Los árboles amurallados, cuellos vueltos, muros. Nunca se pudo cerrar el tiempo. Una madre envuelve las mejillas de su hija con sus manos, delicadamente, como si colocase una bomba. Es el letargo ciego de lo imposible. El miedo abierto de la esperanza calibraba lo vibrante. Sin temblor no hay beso, sin misterio no hay caricia. Por eso hibernamos el encuentro, necesitamos que el día crezca hasta perder la noche. Necesitamos las ingles tibias del abrazo. Dormir en el pecho de las axilas, recuperar las madres, matar los niños. Notar la hierba afeitada, creer en la adolescencia. Chupar todos los helados. El semáforo crecerá sobre la rotonda. Las nubes igualmente informes, los árboles amurallados, los cuellos vueltos.

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