martes, 2 de julio de 2013

LA PISCINA

[Para Ana y Cristina, en lunes]

"Estábamos lejos, lejísimos del verano, de nuestro mito recíproco, de nuestro morse de miradas y sonrisas". 
Francisco Umbral.

El calor es una fiebre doméstica, un asco que se cura con el agua cotidiana, una satisfacción que de vulgar molesta. Un grillo come su hambre de plata, una espalda respira el sol sobre un costado del césped bajo la sonoridad diminuta de una í. Hay un ritmo lento, de sobremesa. El agua con su brillo mate es un ruido que hace llorar al niño futuro. Mujeres solas dorando su tristeza educada, pensando lo felices que serían siendo otras en otra parte. Han leído en la revista que es mejor no pensar lo negativo pero la alegría reposa en su frío de estrellas y él -ese ojalá- merodea tras las puertas. Los ojos vuelan sobre el cielo como pájaros con voz de perro. Un juego de pieles tienta el humo perdido de los cigarros. Una confusión de tiempos se concreta en toallas de otro tacto, en trajes de baño que confunden las palabras. Cuesta leer, hablar de la sed del mundo, que mañana dios dirá. La luz es una tregua que esconde las nubes en atardeceres de calma. Silencio púrpura. A veces un ojo gime en su vagina y la tristeza arranca una pestaña con las pinzas. Ella juega a la vida con nietos sin cáncer. Ellos tensionan el gesto, perfeccionan el roce que les traiga una imagen nueva, un olor con que pasar el invierno, quizá lo intentemos en fiestas. Escenografía de gimnasio para esta cárcel de juguete, esta mística del recreo. La piscina es la liturgia del cuarto de baño, la exhibición y el complejo, la exhibición de los complejos. El complejo es más hondo y oscuro de lo que dice un cuerpo. El dolor es una herida que sangra silencio. Y en esta hipocresía de luz, de la piel por la piel, una baba de caracol, un reguero de sombra, un despacio. Un piercing de humo sobre la hierba hirsuta que pica los brazos. Ni siquiera un cuello que pida que me quede, cógeme, apoya aquí tu paciencia. Ellas llaman así a la poesía.

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