jueves, 9 de octubre de 2014

EL PICHICHI

A mi me pasa cuando leo a Umbral. Es como si jugases al fútbol con Messi que te la deja para empujar. Yo leyendo a Umbral, a Pla, a Lorca –cada uno con su regate- me pongo pichichi. Me recuerda a los partidos televisados de los domingos en la infancia. Luego salías como un loco a intentar la chilena de Hugo Sánchez y volvías a casa con dolor de rodillas y miedo a tu madre por haber roto el chándal. La influencia es un poso, una primavera anímica que hay que vigilar para que no te florezcan las pestañas. La influencia sin control es un imperialismo. Una metástasis del cáncer de otro. Todo matiz conlleva una diferencia. Por eso cuando a uno le sale un “ay”, clásico y dorado o un “osea” de Umbral, lo vemos bien porque pensamos que de algo ha servido tanta lectura. El problema es cuando no sabemos salir de ahí, cuando acabamos en "ino", el no sé qué y no sé cuántos, esto y lo otro del buenos días de vivir en Baños. Eso sí que que no. Hay un imperialismo emocional imperdonable que nos convierte en Del Bosque cuando vemos jugar a España, en Arguiñano a las dos y media y así. Le pasa al español con las vacaciones. Ve salir al vecino para Mallorca y él se compra una tumbona para la piscina porque al final el verano se mide en cascos de Nivea. Después del buffet libre cuesta acostumbrarse a la galleta, después del jacuzzi nos enfría el plato de ducha. Lo que pasa es que a mi me da por la palabra. Me pongo pichichi, ya digo, cuando leo con disfrute y me tiro al verbo. Somos el rescoldo de un mono que imita. Hay científicos que lo dicen y ponen el ejemplo del abrir la boca. Que somos monos lo demuestra el gusto por el pezón y la carne mollosa de los pechos, el avistamiento lascivo de la cadera más indecorosa. La imitación nos da un silabario mimado que deriva en lenguaje. Estirando el chicle de la imitación consigue uno tragarse un trozo hasta que la masa acumulada inflama el apéndice y se extirpa. Es el momento de poder sacar un soneto, como quién cura una peritonitis. Influencia y catarsis. Uno va pensando en morcillón cuando ha visto la porno y abre la boca, pensando en lo fácil que le va a Roco Sifredi, y asume que la vecina del quinto le está esperando en bata. Es la ósmosis de la inquietud, emular el gusto para continuar el placer. Al final no somos más que la prolongación residual de un orgasmo, un abrazo que se enfría.

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