viernes, 6 de marzo de 2015

LA TRUFA

Cuando la emoción no viene a verme me baja la tensión. La tarde parece la misma tarde de siempre y los besos sellos de funcionario. Cuando el mes de marzo apunta su claridad hacia el calor, cuando la vida se desmerece tibia, fuerzo el poema. Estiro las palabras pensando en la voz de las piedras, en la quietud oscura. Pienso en el mundo que no responde y nunca responde. Pienso que el peor dolor es lo conocido porque viene de lejos, arrastrando su yunta de fracaso. El dolor como la soledad duele porque dura. Saber que la mañana llega, que la vecinosis prosigue su metastasis de agudos, que el agua sigue sabiendo a cloro. Tampoco el mar responde, tampoco el camino grita y no está la vida para hablarle a un burro. En el alfoz nunca pasa nada y menos en este marzo de maquillaje y tiempo dosificado. Antes escribía que marzo era un mes de muerte, un septiembre maleducado. Antes marzo era viajar a Italia, a Canarias, donde quiera que estuviera el abrazo. Marzo era una huida de mi mismo hacia mi mismo, en el peor de los fracasos. Ahora juego a la queja de domingo, a la vecindona. Rajo el sonido por ver qué escapa. Visto el tajo de la palabra con la elegancia de un cirujano, pero detrás de la palabra no hay adentro. El poema no tiene espalda, sólo ojos que son espejos donde las almas se ven. Busco el vértice de la crisálida por si Kafka ha dejado algo. Husmeo las trufas del miedo, bultos negros para sajar de donde, a veces -en ese otro marzo-, salían mariposas.

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