sábado, 4 de abril de 2015

EL ATASCO

El atasco viene después cuando el coche se para y la conducta se posa en el palo de la cara. Y volvemos a jugar al cansancio quitándole la dignidad al desprecio. Nadie rompe una palabra cuando el resplandor asoma sus deditos. En la órbita de la inercia el miedo se convierte en confianza. La repetición miente mejor disfrazada de otro filo. Y esconden los agujeros y los llenan de agua para bañar a los perros. Y los deditos salen de la boca como lamentos caídos en otoño. Y seguimos podando el jardín para llegar al parque, seguimos buscando los pétalos de la roca, seguimos cortando la maleza de las olas. Pero el atasco -ay- el atasco ruge de alegría. Por el escape del sol, escupe la soledad del humo: “Pobre tía Eugenia”, “Es igualito a su madre”, “Chuletón y buen vino”. Es la procesión de la policía: anarquistas llorando el tambor de la ley. En la esquina del cuadro suena un claxón. Hacia la carretera, como un oráculo de luna, vuelve el tiempo a ganar su espacio, como la negra metástasis del atasco.

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