Navega la oscuridad en la vibración y desdibuja la
ceniza movida por el viento. Y surge un polvo maravilloso que se
incrusta en los ojos. Temblar es un gozo inseguro, como un miedo,
como una culpa que medra por las lianas del disfrute. De tus ojos
nacen las manos, de tus oídos las manos con que tocar otras manos
que salen de tu nariz. En el manantial de los matices se lavan las
palabras desnudas. Salen con barro en los pies para bailar al
horizonte, allí, el dolor corta la cabeza de las guillotinas. Ya no
suelo empaparme del sonido de un verso –me hundo en silencio- no
me interesa la poesía. Siento un manantial sonámbulo que
estremece cada letra. Cada palabra necesita su fiebre, su loco que la transforme. Sin locura no hay cadencia, sólo tiempo enajenado.
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