martes, 26 de mayo de 2015

EL BOLSILLO

Cumplir dieciocho es mentir a los dieciséis. Esa ilusión aplazada que viene del huevo Kinder y un día se llevó el ratoncito Pérez. Entonces los sugus llenaban los bolsillos de la infancia. La mentira era un bolsillo con agujero, cosas que guardar para mañana. Con el sugus del futuro se engaña a la vida, con el “Mañana y nunca mañanamos” y “hoy es siempre todavía” que decían los poetas. Los dieciocho son el coche y la papeleta, los veintidós la novia, los veinticuatro el curro si hay suerte -¡ya ves!-, los veintiséis el despido, lo veintiocho la boda y así hasta que un día las manos salen de los bolsillos para comprobar que están vacías y sucias como la depresión y el cáncer. El dolor cambia como un desconocido, como una pregunta abierta hacia ti mismo. La mentira viene siempre con una sonrisa. La felicidad se vende con futuro porque el presente apesta a pasado. Lo pretérito no es más que una proyección de lo falsario. Y sé “que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos” como decía el poeta. La mentira se estira hasta que se rompe en los bolsillos donde las manos juegan con caramelos de eucalipto. “Soy un fui, un será y un es cansado” como decía el poeta y hasta de los poetas estoy harto ya, siempre con su borra y su hijo de la mano. Los pueblos tienen una tristeza de zoológico. El bolsillo almacena la tristeza cotidiana. Por mis bolsillos he encontrado a un viejo que visita a su mujer todos los días. Asiste a su muerte con la paciencia de la vida, es un viejo salido de un poema de Bukowski, que veo salir de la Residencia. Hank caminaba con las manos en los bolsillos cuando no le funcionaba el Volkswagen.

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