lunes, 18 de enero de 2016

LA MANILLA

El desayuno como símbolo de la rutina no tiene competidor. Después de beberme el café como quien se come una manzana, con el cansancio de costumbre, he bajado para montarme en el coche e ir al trabajo. Uno gana dinero para comprarse un coche porque lo necesita para ir al trabajo. Con esta pescadilla que se muerde la vida, lleva uno quince años. Decía que me bajo al coche y me encuentro que no puedo abrirlo y se me queda la cara de lo insólito, lo que coloquialmente llamamos cara de tonto. No puede ser. Y repasas mentalmente los factores que intervienen en la operación chupete: llave-cerradura-abrir-puerta. Pero la puerta no se abre y la cara de tonto aumenta. Delante del coche, con más frío que vergüenza, esperando a Godot. Y es que las cosas en la vida son así…, pasan. Es el qué le vamos a hacer, es lo que hay, y que no falte. En un momento de lucidez pude pensar que la puerta no se abría porque se habría congelado. Estas cosas pasan a diez grados bajo cero. De qué sirve el aire acondicinado, los asientos de cuero, el radiocassete con bluetooth si llega el frío y te quedas mirando la manilla de la puerta con cara de tonto y sabañones en las pestañas. Así es la vida. Te cruza un camión en la autovía y se jodío ir a Cercedilla, se jode una antena por el viento y a tomar por culo el Madrid-Barca. Las cosas importantes de la vida ocurren por sorpresa. Toda la vida en el gimnasio y te vienen con el cáncer. A dieta, vegano y abstemio y te mata un yonqui hasta el culo de colesterol porque se ha colado en tu carril de la autovía. Mirando la manilla, pensaba en escribir esto, pues ya está.

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