jueves, 20 de marzo de 2014

EL CONTENTITO

“El contentito se siente colocado –en el mejor sentido de la palabra-, perfectamente adaptado a la sociedad. No es un tonto absoluto, puede incluso contar con excelentes cualidades en uno u otro sentido y es posible también que la suerte le haya sonreído, precisamente por sus dotes de adaptación. Es un alegre urdidor, incluso puede ser maestro del ardid, no en gran escala. Lo que no oculta es un fondo de vulgaridad. Pero esto no le importa: él está contento, no de un modo desmesurado. Digamos que sólo está contentito. Con el embate de la democracia española han surgido por todas partes los contentitos. La cosa se debe a la relativa facilidad de poder conseguir determinadas ambiciones, habiendo tenido cerradas en un cercano pretérito todas las puertas a su esperanza. Los “tales” han tenido ocasión de comprobar que los nuevos tiempos les son más propicios y que esas ambiciones de bajo vuelo pueden ser incluso rebasadas por la fortuna. Pueden tener, incluso, la sensación algo turbia de recibir más de lo que merecen y, al mismo tiempo de, haber ignorado ellos mismos lo mucho que se merecen, tener méritos y dotes infusos. El contentito se siente apreciado y puede ser cierto. No cuesta mucho apreciar, por los verdadera y secretamente poderosos, el don casi evangélico de la mediocridad. El mediocre es un buen colaborador en principio –algún mérito habría de tener- y sus servicios merecen, cuanto más mediocres, mayor remuneración. Ningún contentito es verdaderamente político no ve políticamente las cosas a su alrededor; ve la circunstancia propicia a su pequeño egoísmo y se felicita de la “oportunidad”. Son muy suyos los contentitos. Tienen un yo hipertrofiado. El contentito, no exento de agresividad contentita, tiene su agosto entre los treinta y cinco y cincuenta y cinco años, en los momentos de su rendimiento mayor como colaboradores del “status quo”. Su contentismo hace abstracción de piedad hacia el sufrimiento, la muerte, la violencia que pueden manifestarse a su alrededor. Los contentitos de una época crean zonas de vacío en su devenir cultural. Descontentemos al contentito, porque se lo merece, por abusón y por vulgar”. Francisco Nieva.

“Tenía el resentimiento de los vencedores. El resentimiento de haber vencido en lo que no quería. Hay que elegir a tiempo”. 
Francisco Umbral.

Como se ve el Contentito tiene su bibliografía, es casi un género literario en sí mismo. Es lo que en castellano antiguo se llamaba desertordelarao y que después de Marx se etiquetó como desclase. España no es más que un enorme pueblo de gitanos y guardias civiles que ha derivado en independentismo. Con lo de Europa y la Autonomía se ha ido aparcando la chabola aunque ahí siga en forma de infravivienda, sabañones y pobreza energética. Y como chabola en sí -qué cojones- porque la cañada real también es olímpica y esto lo sabe la señora del café con leche. La genealogía del español siempre tienen un muerto en la guerra y un guardia civil, cosa que al Contentito no le disgusta tanto por afinidad ideológica como por votante psoísta que es y eso a la hora del reparto es una rémora. Y es que el muerto siempre desprestigia porque el republicano era muy republicano y el facha muy de centro. Por eso el fusilado es para el progre lo que la melladura para el jornalero de la plaza. Y este pasado hace que para el Contentito las fotografías sólo existan para el grupo del facebook de su pueblo y las comuniones de la niña que en eso se ha cambiado nada. El Contentito, no deja de ser el resultado del pueblo horneado a doscientos veinte grados, lo que el medro convertía antes en barragano o capataz y la Autonomía ha convertido en gestor cultural. Como desclasado, concibe la injusticia como inevitable, la salud un asieslavida, el talento una confabulación de avatares actuando en su contra. Concibe su trabajo como su parcelita, algunos lo conciben como un rancho americano de tanto hollywood y tanto móvil y hasta sueñan con secretarias, con affaires de cincuentón que les resuciten la moral que han ido perdiendo y que sus hijas no perdonan porque saben que la baba no se hereda. El contentito tiene el resentimiento de los mediocres, que Umbral llama vencedores porque él también lo era. Lo que pasa es que Paco es certero en la metáfora y acierta cuando dice que hay que elegir a tiempo. El Tito eligió desacomplejarse que en España es desclasarse. Somos tan medievales que necesitamos el estatus de la boda, la epifanía del domingo que el Conten resuelve con la cena de empresa. Tentito sabe que ha elegido mal -cómo no lo va a saber si huele y todo- pero sigue la linde aunque se acabe. Huye para quedarse en su contentitez solitaria. Cuando las hijas del Contentito se van de Erasmus -se van de cualquier cosa con tal de irse-, cuando la mujer se ha puesto menopáusica y exigente y sólo piensa en que le retire la mensualidad una alegría veinte años más joven, al Contentito le llega por Wasap una cita de Confucio y se compra una huerta donde plantar el pepino y leer dominicales. El Contentito tiene sus debilidades, claro, pero la vida está hecha para ir a parar a una buena justificación, que decía Mallarmé. El Contentito ya no lee -no tiene tiempo, el trabajo, el pepino...- porque sus horas de consumo las dedica al yoga, el vino (del que ahora es especialista) y el viaje a Nueva York que suele quedarse en un findesemanaMadrid con musical del Rey León [sic] incluido. Alguien le pega una foto con el pepino de una mano y El País de la otra, gorra de Alonso y camiseta de tirantes, la suben al Twitter y es la mofa. Llega entonces el psiquiatrismo, la pastilla culminante de El Proceso Contentito. Pildoraje pasado con vino para rematar la alegría, forma -ellos qué saben- de coronar su contentía con el vértigo de la caída.

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