viernes, 11 de abril de 2014

EL PAPEL

Cuando se apaga la luz, ¿dónde va lo claro?
Leopoldo Mª Panero

El papel es una cosa de Kafka. La mezquindad hecha rastro, la ofrenda de la memoria, un dedo amortajado que vigila desde el polvo. Son las pequeñas cosas de la firma. En el principio fue el contrato, una memoria de puñal –el papel corta- que regresa cuando ve que te olvidas a la sonrisa. Después de Ivan Illich como después de Kafka, se entienden muchas cosas. Hablar es asunto de pobres. Los actos deben encuadernarse, hacerse obra, ponerse la faja de la industria. La escritura nació para vender, la palabra para cantar. Hay mucha literatura en los papeles, muchos números convertidos en firma, porque lo civilizado es pagar, fiarse de la ley, palabras de etcétera. El papel es la mezquindad que brilla lejos. El fragmento de asco que habías olvidado en un brote de luz. Los poemas se avergüenzan en las imprentas, y por las noches salen de los libros y entran en las bocas de los poetas hasta fundirse en la garganta de la metáfora. El escarabajo despierta escarbando el aire con sus patas. Es la culpa de no saber quién eres, lo mal que escribes y lo poco que te queda. El papel es un objeto de culpa, una maraña de luz sin diccionario, las antípodas de lo cómplice. El papel es un asco pequeño, el peor de los números, otro barrote. Marchamo del tiempo, una cuchilla sin escaleras, rabia sin mecha. Cómitre de la repugnancia que llega a los buzones para recordar que el aire también cuesta. Eximio dolor sin pústula. Dimensión donde se esconde la arcada, esa claridad.

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